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El Papamoscas. Catedral de Burgos

13/07/2020

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El Papamoscas es, sin duda, uno de los personajes más queridos de la ciudad de Burgos. Este curiosísimo autómata goza casi de tanta popularidad como el templo que le alberga, la Catedral de Burgos.

De hecho, la cita cada hora en punto con el entrañable Papamoscas es uno de los atractivos imprescindibles si vienes a visitar la Catedral de Burgos.

Su origen es incierto y está rodeado de un halo de misterio. Tan es así que, con el paso del tiempo, se le llegó a asociar a una fascinante leyenda popular. A continuación, te lo descubrimos.

EL PAPAMOSCAS

El Papamoscas está situado al principio de la nave central de la Catedral de Burgos. Nos lo encontramos a nuestra izquierda según accedemos por la fachada principal, Fachada de Santa María, a unos 15 metros del suelo. Remata el arco ojival de una ventana abierta sobre el elegante triforio gótico.

El Papamoscas. Catedral de Burgos

Se trata de una figura humana de medio cuerpo que surge de la esfera de un reloj. Su rostro, perilla incluida, es bastante grotesco. Presenta un peculiar tocado y rasgos algo endemoniados. Va vestido con una llamativa casaca roja con amplio cuello y ceñida por un cinturón verde. En su mano derecha sostiene una partitura musical. Con esta misma mano empuña la cadena del badajo de una campana. Cada hora en punto hace sonar esa campana, tantas veces como horas. De manera simultánea, abre y cierra la boca.

El reloj es bastante peculiar y no solo por la figura. También lo es por su péndulo, con incrustaciones de ágata, y por su esfera de lava esmaltada para resistir las inclemencias del tiempo.

El autómata toma el nombre del pájaro papamoscas cerrojillo. Este pájaro mantiene la boca abierta esperando que las moscas entren en ella.

Por supuesto, el mejor momento para contemplar al Papamoscas en acción es a las doce del mediodía. A esa hora toca doce veces la campana y abre otras tantas veces la boca. Mientras tanto, os sugerimos echar un rápido vistazo a vuestro alrededor. Serán muchas las caras de papamoscas que, con la boca abierta, contemplan asombrados a nuestro protagonista.

El Martinillo

Junto al Papamoscas, en un balconcillo, está su fiel e inseparable ayudante: el Martinillo. Es una figura de cuerpo entero, más pequeña que el Papamoscas, rodeada por dos campanas. Con un martillo en cada mano nos señala los cuatros de hora con uno, dos, tres o cuatro golpes de campana según corresponda.

Papamoscas y Martinillo. Burgos

El llamativo funcionamiento del Papamoscas ha inspirado coplillas y canciones populares como la siguiente:

El Papamoscas soy yo

y el Papamoscas me llamo,

este nombre me pusieron

hace ya quinientos años.

Desde esta ojiva elevada

contemplo la gente loca

que corre apresurada

para verme abrir la boca.

Y que contentos me miran

sin cansarse de esperar;

a los listos y los tontos

los engaño de verdad.

Porque no es el Papamoscas

el que solo hace la fiesta,

también los que estáis abajo

y tenéis la boca abierta

ORÍGENES DEL PAPAMOSCAS

No se conoce en qué circunstancias fue creado el Papamoscas y la fecha exacta. Posiblemente procede de algún taller de relojeros venecianos. La documentación probaría que ya estaba en la Catedral de Burgos en el siglo XVI. Se plantea el año 1519 como el de su fabricación. En ese caso, el Papamoscas acabaría de cumplir 500 años. Desde entonces ha mantenido la misma capacidad de fascinación que el primer día.

Si nos ceñimos a las fuentes, en 1462 se amonesta al campanero de la catedral por que el reloj “non andaba cierto”. Desde entonces, la catedral contaría con un relojero oficial, liberando de su mantenimiento al campanero. Seguramente aún no se trate del Papamoscas.

En 1519, en el Cabildo se debate sobre la posibilidad de aderezar el reloj de la catedral. Es decir, adornarlo con alguna figura con movimiento como se había hecho en otro lugares de Centroeuropa. La descripción del proyecto de autómata no coincide con la imagen actual. Se cita la posibilidad de hacer un "tardón", un fraile rezando con su libro y un muchacho junto a él. Cada hora le daría el fraile un coscorrón con un palo. También se sopesa representar un misterio de la Pasión cada hora. Estos planteamientos iniciales pudieron modificarse para plasmarse definitivamente en el Papamoscas.

Ya en 1567 el Cabildo muestra su satisfacción a un tal maestre Pedro Relojero. Seguramente sería ya por el Papamoscas y su ayudante. Según Martínez Sanz, las primeras menciones del Martinillo son de 1632 y del Papamoscas de 1669.

Hay constancia de una importante intervención en el Papamoscas en 1742. Dado su lamentable estado se encarga su reconstrucción a Francisco Álvarez, relojero de la Catedral de Salamanca. Recientemente el mecanismo de los contrapesos fue mejorado por una instalación eléctrica, manteniendo su maquinaria original.

Otros relojes de la Catedral de Burgos

Sin embargo, no fue el Papamoscas el único reloj que tuvo la Catedral de Burgos. Las crónicas citan una reclamación de pago en 1384 al abad de San Millán por la factura de un reloj. Ese mismo año, la ciudad pagó 4.000 maravedíes pagados por el cabildo y la ciudad. ¿Sería ya el Papamoscas o el que existió hasta 1891 en el exterior de la torre norte de la catedral?. 

Dibujo Catedral de Burgos

Aún no sabiendo con certeza cómo acabó en la catedral esta grotesca figura, los burgaleses se las ingeniaron para crearle una historia. Una historia que forma parte, desde hace mucho tiempo, de la imaginería popular castellana. La leyenda dice que el Papamoscas es una obra encargada por el rey Enrique III el Doliente, abuelo de Isabel la Católica

LA LEYENDA DEL PAPAMOSCAS

Enrique III acudía a rezar a diario a la Catedral. Allí advirtió la presencia de una hermosa joven ante la tumba de Fernán González. Atraído por ella, la siguió al salir hasta su casa. Durante varios días se repitió la misma escena. Un día la joven dejó caer un pañuelo al paso del rey. El joven monarca lo recogió y a cambio le entregó el suyo. La muchacha esperó que él le dijera algo pero este bajó la mirada sin pronunciar palabra alguna.

Al salir la muchacha de la catedral, el monarca oyó un desgarrador lamento que se le quedó grabado en la memoria. A partir de ese momento, la joven no volvió por la catedral lo que dejó al monarca sumido en una profunda tristeza. Al no encontrarla se dirigió a la casa donde la había seguido en secreto. Allí le confirmaron que en esa casa no vivía nadie desde hacía años. La familia que la habitaba había fallecido por peste.

Atormentado su corazón y queriendo inmortalizar su amor, el rey encargó fabricar un reloj para la Catedral de Burgos con una figura que plasmara los rasgos de la joven. Además, intentando eternizar su lamento, pidió al artesano que la figura emitiera un sonido al toque de las horas. De haber sido así, el artesano que se encargó del trabajo no estuvo muy afortunado. Más que reproducir el bello rostro de la joven, creó una figura ridícula. El sonido tampoco fue el deseado, sino más bien un graznido que, años después, se hizo callar.

Leyendas al margen (Fernán González nunca estuvo enterrado en la catedral), lo cierto es que el Papamoscas no siempre fue del agrado de las autoridades eclesiásticas. Algún obispo trató de quitarlo por su aspecto demasiado grotesco y burlonamente demoníaco.

EL PAPAMOSCAS EN LA LITERARURA

La popularidad del Papamoscas ha quedado plasmada en numerosas obras de la literatura universal. Especialmente en diarios y memorias de viajeros que han pasado por la catedral burgalesa y se han sentido atraídos por el curioso personaje.

Son muchos los escritores que quedaron cautivados por el Papamoscas. Entre otros, Edmundo de Amicis, Victor Hugo, Benito Pérez Galdós y la burgalesa Mari Cruz Ebro. Pérez Galdós mostró su predilección por este autómata, señalando que: "No me avergüenzo de decir que jamás, en mis frecuentes visitas, perdí el encanto inocente de ver funcionar el infantil artificio del Papamoscas". También lo cita en los Episodios Nacionales (Napoleón en Chamartín) y en Fortunata y Jacinta.

Especial mención merece la relación de escritor francés Víctor Hugo con nuestro querido reloj. Siendo un niño de apenas diez años visitó en Burgos la Catedral y la tumba del Cid en San Pedro de Cardeña. Años más tarde, en 1845, repetiría visita a nuestra ciudad.

Según recogen las memorias de Víctor Hugo, quedó fascinado con la figura del Papamoscas. No es difícil imaginar el efecto que en un niño del siglo XIX causaría ese curioso ser inanimado abriendo y cerrando la boca. Es posible que ese grotesco campanero de una catedral gótica, el Papamoscas, pudiera inspirar el personaje de otro campanero de la catedral gótica de Nuestra Señora de París. Nos referimos a Quasimodo, el Jorobado de Notre Dame.

Visitas guiadas a la Catedral de Burgos

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Fachada catedral de Burgos

Visita la catedral de Burgos

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